El cuerpo (y la mente) del delito.

El pecado original, la rebeldía de las mujeres, la negativa a ser malas solo por no ser siervas. La idea de que las mujeres deben ser buenas, de que deben ser santas, porque lo contrario no está permitido; no es más que una de las piezas más ignoradas de la misoginia. Las mujeres no somos seres de luz que nacemos sin la capacidad de hacer maldades. Es cierto que la violencia no está incluida en lo que nos enseñan por socialización, por lo que se contribuye a que seamos menos violentas o hagamos daño de otras formas consideradas nuestras (maltrato emocional, manipulación, violencia simbólica, etc). Pero esto no nos convierte en santas, no queremos ser santas.

Cuando se trata de las mujeres discapacitadas, las niñas eternas, las pobrecitas, las tullidas, las locas, etc., todo esto se multiplica: no sólo no podemos ser «malas» en el sentido más extenso de la palabra, sino que tampoco se nos permite quejarnos cuando el resto es injusto con nosotras. Porque esas «no son formas». La maldad, el derecho a enfadarnos, a pelear, a gritar y a ser injustas (porque también somos humanas y nos equivocamos)…, este es uno de los derechos de los que aún no se ha hablado desde el activismo discapacitado. Porque se nos olvida en parte que el pilar fundamental es que no se nos considera humanas de pleno derecho, no se nos considera personas en la medida que no somos útiles al modelo de producción. Humanizarnos pasa precisamente por comprender primero que la discapacidad es una construcción social basada en los ideales de la producción y, segundo, que como humanas nos enfadamos y podemos ser malas.

Cuando hablamos de la maldad de las mujeres, siempre se presenta hipersexualizada y ridiculizada, jamás se presenta en relación a las mujeres discas, porque no se nos permite ni siquiera enfadarnos.

La Villana de la historia

Hemos hablado en otra ocasión de la idea de la Villana como figura femenina y cómo se ha construido la maldad y la feminidad pero, de nuevo, es una cuestión que jamás se ha tocado cuando se habla de la realidad de las personas discapacitadas, en especial de las mujeres. Cada día sin excepción, nos enfrentamos a un mundo en el que no somos bienvenidas, y a veces el hastío de las situaciones cotidianas nos llevan al límite de pagar toda nuestra frustración con la última persona en tocar nuestra herramienta de movilidad o en hacer un comentario capacitista. Quizá parezca en ese momento nuestra respuesta parezca exagerada, pero es la consecuencia de aguantar cientos o incluso miles de comentarios o toqueteos innecesarios día tras día. Sin poder decir nada, ni siquiera se nos permite poner mala cara, porque «encima que nos ayudan».

Pero es que esas personas no nos están ayudando, esas personas no están haciendo una labor en nuestro beneficio, sino en el suyo. Cada día se pasan por alto nuestros derechos más básicos a la accesibilidad y a nuestra vida independiente mientras la otra persona se va con una sonrisa en los labios creyendo que ha hecho una buena obra. No, no nos ayudas cuando decides que estorbamos en la acera o en el autobús y «nos ayudas» a acabar antes para poder continuar con tu vida sin prestarnos la más mínima atención. No estás ayudando cuando, sin la más mínima señal por parte de la otra persona, agarras su silla de ruedas o su muleta o su bastón y «le ayudas» a cruzar. Es violar nuestro espacio personal, es cuestionar nuestra independencia, y es puro capacitismo que se hace pasar por una buena obra. Al igual que resulta misógino y condescendiente pretender ayudar a una mujer que no te lo ha pedido, simplemente porque es mujer y consideras que necesita esa ayuda y encima que ha de agradecértelo, debemos aplicar la misma justicia con las mujeres discapacitadas. La gran mayoría de nosotras tenemos la capacidad de pedir ayuda si la necesitamos. No nos des tu lástima, no la queremos.

La Rabia y la Justicia.

Cada vez que peleamos contra todas aquellas cosas injustas de esta sociedad, se nos acusa de no ser comprensivas y de ser demasiado violentas. Al parecer se nos permite dejar de ser asesinadas si lo pedimos por favor y gracias, o las calles dejarán de ser inaccesibles sólo con tu sonrisa sincera. Esta idea lleva implícito un mensaje que se nos pasa por alto en la cotidianidad del pensamiento: nos estáis culpando a nosotras de sufrir capacitismo, machismo, racismo, LGTBIfobia, etc. En tu comentario de que «no son formas» se esconde un «si fueras como debes, no te pasarían estas cosas». En eso se basa todo, en amoldarnos (siempre a nosotras) a un ideal social de lo que es correcto y válido.

No es como si llevaran siglos pasándonos por encima, ignorando nuestras necesidades y peticiones y considerándolas innecesarias mientras nosotras morimos sin ellas. Tal vez las cuestiones más obvias son las de las usuarias de silla de ruedas y bastones, sin embargo todo esto es aplicable a todas las herramientas que utiliza la comunidad discapacitada o a las Adaptaciones que no se llevan a cabo cada día. Si se te pide que hables sin taparte la boca o mirando a la cara a la persona porque esa persona no oye, no es un esfuerzo titánico respetar esta accesibilidad. Si la persona te ha pedido que no la toques, porque no le gusta el contacto o porque le da ansiedad o por lo que cojones sea, no la toques. No es tan difícil.

Y si te pasas por el forro las necesidades de la comunidad discapacitada, no te extrañes cuando te gritemos en la cara que eres un capacitista de mierda. No te quejes cuando te señalemos la violencia explícita e implícita que estás ejerciendo contra nosotras desde tu pedestal. El mundo tiene la obligación moral de ser accesible para todas nosotras, no sólo para las más visibles.

Las «Malas» no somos nosotras.

Al final se cae siempre en los mismos clichés; no se nos permite ser malas porque en un mundo que te explota y somete, la paciencia es una virtud. Se nos vende la idea indefendible de que debemos ser pacientes, que todo llega. Existe una maldita ley de accesibilidad desde hace años, y aún hay cientos de miles de edificios inaccesibles para muchísimas de nosotras. En la ciudad de León, una persona con movilidad reducida, tendrá que moverse (como sea) hasta el hospital de León si quiere ser atendida por Salud Mental. Porque el centro de salud mental que tenemos en el centro de la ciudad no es accesible. Y esto sólo es un ejemplo cotidiano de mi propia cosecha, pero cada día compañeras activistas hablan de sus propios ejemplos. Porque mientras sigues en tu burbuja de que nosotras somos la otredad, nosotras existimos. Pero claro,»lo que no se nombra no existe» y todas se aseguran de no nombrarnos jamás.

Claro que se aseguran de no nombrarnos, para eso se han inventado los mil eufemismos diferentes para hablar de nuestra realidad desde las instituciones, con la idea de «no ofendernos» en lugar de mejorar sustancialmente nuestras vidas a través de la accesibilidad. La idea que tenéis de no ser capacitistas no pasa por tratarnos como seres humanos, no. La idea que tenéis sobre lo que necesitamos se basa en infantilizarnos desde vuestra posición privilegiada. Sí, privilegiada, porque alrededor de nuestra opresión, se construyen decenas de miles de industrias que se lucran a través de nuestra condición de explotadas; porque alrededor de nuestra condición de vulnerabilidad, se sustentan los sistemas de opresión que someten a otras compañeras.

La Ética de los Cuidados.

Pero lo curioso es que los discursos que salen sobre nosotras, siempre hablan de la parte que no somos nosotras. Hablan de aquellas personas que, en una labor imprescindible para nuestra vida, nos cuidan y nos asisten para poder continuar. Los discursos se han construido de nuevo en torno a la parte capacitada de las dos, no en torno a nosotras, no en torno de las violencias sistemáticas que sufrimos dentro de los cuidados. No de los cientos de abusos de poder que se dan dentro de las relaciones de cuidados. No de las violencia sexuales, reproductivas, físicas, psicológicas, económicas y simbólicas que se perpetúan bajo la idea del cuidador.

Y por supuesto que esta ética tan necesaria se pasa por alto. Porque lo contrario sería hablar de que los cuidados son trabajo no asalariado, trabajo sacrificado e imprescindible que ha de pagarse y que no se está pagando, trabajo que debe ser llevado a cabo por personas formadas en la temática que sea necesaria para cada persona y que debe centrarse en ayudarnos a alcanzar la máxima independencia posible. Las cuidadoras (porque la mayoría son mujeres) son las mismas que sufren la división sexual del trabajo, a las que se las relega a cuidarnos a todas, incluidas a las discapacitadas. Pero es que cuidarnos no es su obligación, cuidarnos es su trabajo como el que va a una obra a poner cemento, y como tal no puede pagarse sólo desde la gratitud absoluta que le tenemos las personas que nos beneficiamos de esa ayuda. Y este discurso es indispensable para esas mujeres, esas trabajadoras incansables sin las que muchas no tendríamos vida. Pero también hay que hablar de otras cosas.

La ética de la que os hablo no es otra que entender que somos personas, que merecemos derechos y que no se puede ejercer violencia contra nuestros cuerpos ni contra nuestras vidas. Que aún se entienden como piedad aquellos asesinatos que (sin tener en cuenta nuestra opinión) cometen cuidadores y cuidadoras contra las vidas discas. Que aún se nos viola y se nos arrebatan nuestros bienes en favor ya muchas veces no de la cuidadora, sino de terceros que se aprovechan de nuestra situación vulnerable. Aún se olvidan de nuestras necesidades en todos los espacios que se supone que son seguros o que deberían serlo, haciendo que se ignoren a sabiendas nuestros discursos.

Conclusiones

En el mundo capitalista que pretende seguir sometiéndonos a violencias continuas para lucrarse de nuestra vulnerabilidad, no nos queda otra que pelear desde la rabia para hacer posible lo imposible. Porque a día de hoy, a pesar de las instituciones que tratan de crear leyes que se cumplan y garanticen nuestra accesibilidad, siguen saliendo formas de seguir ignorándonos. Necesitamos luchar contra viento y marea para conseguir nuestros derechos fundamentales, y perdonadnos si decidimos hacerlo desde la rabia por que nos sigáis ignorando, pero necesitamos canalizar esa rabia hacia el activismo para no ahogarnos en ella.

Para garantizar nuestros derechos, es necesario construir discursos que sean nuestros y sobre nosotras, no ser nosotras el sujeto pasivo de tu discurso. Nosotras en el centro, la vida en el centro, la persona y sus necesidades en el centro de la lucha. Y si eso os supone alguna molestia, porque nuestro discurso os duele, pues ajo y agua. No necesitamos ser amables para tener derechos. Tenemos derechos porque somos seres humanos; de ti depende que seamos amables o te mandemos a topar por culo.

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