¿Por qué nos cuesta tanto ligar entre sáficas? Safismo y expresión del deseo.

¿Por qué nos cuesta tanto ligar entre sáficas? ¿Por qué nos es tan incómodo expresar que otra chica nos resulta atractiva? Cientos de memes sobre el tema pueblan las redes, y seguimos con la misma pregunta: ¿Por qué no soy capaz de decirle a la crush que le quiero comer la boca y ya? Si tantas nos sentimos identificadas con esta situación, y hay tal sensación de comunidad en torno a este hecho, tiene que haber algo detrás a un nivel social. Necesitamos abrir el melón e invitar al debate, tanto interno como externo, sobre por qué nos relacionamos como nos relacionamos con las personas que nos gustan. O de por qué nos cuesta lanzarnos, no desde un nivel individual (micro), sino a nivel de las relaciones sociales en su conjunto (macro).

Como en artículos anteriores sobre el lesbianismo, utilizaremos el término sáfica como “mujer o persona no binaria alineada femenina que siente atracción romántica y/o sexual por personas que no sean hombres (independientemente de lo que puedan sentir por hombres)”. Somos conscientes de la complejidad del género y de que, aunque esta definición contempla a algunas personas no binarias, sigue siendo muy binarista, por lo que queremos aclarar que esta definición solamente define el sujeto en el que nos hemos fijado para escribir este artículo, pero de ninguna manera pretende delimitar la definición de sáfica o lesbiana en otros ámbitos, ni negar las vivencias de personas que no encajen en esta definición. Si crees que tus vivencias encajan en lo descrito en el artículo, este artículo también es para ti.

Por otra parte, aunque este artículo pretende ser más genérico y tratar de dar una explicación de la vivencia sáfica, se han consultado fuentes de diversas autoras y textos, que utilizan terminologías diversas, usando en algunos casos lesbiana como sinónimo de sáfica, en otros hablando exclusivamente del lesbianismo, en otros aportando datos sobre lesbianas y bisexuales… Así pues, aunque la intención sea hablar del safismo en general, se han recogido las aportaciones relevantes para el tema que nos ocupa en la terminología utilizada por las diversas autoras.

¿Por qué nos cuesta ligar tanto entre #lesbianas, #bisexuales o #sáficas en general? Cientos de memes sobre el tema pueblan las redes, y seguimos con la misma pregunta: ¿Por qué no soy capaz de decirle a la crush que le quiero comer la boca y ya?

Género y lesbianismo

Como ya se ha expuesto, la experiencia lésbica está íntimamente ligada con el género, al salirse de la norma de las relaciones sociales establecida en el sistema en el que vivimos. Más concretamente, la heterosexualidad obligatoria y la asimilada nos atraviesan a lesbianas y bisexuales, respectivamente. La exclusión de los hombres (total o parcial) de nuestra vida íntima supone una ruptura con las normas sociales establecidas, en las que el hombre ha sido tradicionalmente el sujeto de toda acción, y el proveedor principal del hogar (ignorando el hecho de todo el trabajo no asalariado que la mujer obrera realiza cotidianamente). De aquí la famosa cita de Monique Wittig en la que afirma que las lesbianas no son mujeres, ya que al salirse de la normatividad heterosexual, inseparable del sistema capitalista en el que vivimos, deja de cumplir el papel de la mujer no solo a nivel relacional, sino también económico, político e ideológico.

Este rol de no-mujer lleva, a nivel individual, a una configuración de la identidad que puede entrar en conflicto con los roles de género clásicos pero, además condena, a nivel social, a una invisibilización de este tipo de relaciones, al no ser ni funcionales para el sistema ni, hasta hace relativamente poco tiempo, aceptadas por él. Aún hoy día, las relaciones entre personas del mismo género solo son aceptadas y representadas si pasan muchos otros filtros de aceptabilidad, como la clase, la deseabilidad de las integrantes de la pareja, o el cumplimiento de la norma monógama, entre otros.

En este marco, en el que no solamente se sufre una educación concreta de sumisión por ser mujer, sino que además se recibe la violencia derivada de escapar de la matriz heterosexual, lo extraño sería que nos fuera más fácil establecer relaciones entre mujeres que entre una mujer y un hombre para formar una familia nuclear monógama. Y no hablemos ya de sáficas no binarias o trans no binarias, donde otra serie de prejuicios y mandatos sociales operan también dificultando estas relaciones.

El deseo sáfico

Para entender la problemática asociada al deseo sáfico, primero tenemos que comprender cómo se entiende el deseo de forma hegemónica en nuestra sociedad. Tradicionalmente, el hombre ha sido el sujeto deseante, mientras que la mujer ha sido el objeto de deseo, capaz de desatar esa parte irracional e irrefrenable que es el instinto sexual masculino. Esta idea se encuentra tan arraigada en nuestra sociedad que, en muchos casos, está incluso naturalizada y asumida como algo inherentemente biológico.

Esta naturalización, se ha visto respaldada por la ciencia. No obstante, hay que tener en cuenta que la ciencia la hacen personas en unas circunstancias concretas, por lo que sus conclusiones van a ser también fruto de la concepción a priori que tengan del asunto. La cual, a su vez, vendrá en gran parte dada por la concepción social del tema. Aunque los datos obtenidos sean totalmente objetivos, tanto el planteamiento de hipótesis (y, con ello, el diseño del experimento) como la obtención de conclusiones no pueden desligarse de la persona que los realiza y heredan sus sesgos. Así, de una sociedad machista es altamente probable que se obtengan estudios que lleguen a la conclusión de que existen diferencias biológicas significativas entre mujeres y hombres, obviando los factores sociales que podrían ser las verdaderas causas de esa diferencia. Solo hay que echar la vista atrás unas décadas para ver cómo la ciencia ha defendido cosas que hoy día nos parecen totalmente descabelladas como la inferioridad biológica de la raza negra. Sin embargo, algunas de estas concepciones, aun después de haber sido ampliamente criticadas y descartadas, siguen aceptándose como válidas en la sociedad, como es el caso del coeficiente intelectual como medida de inteligencia.

Afortunadamente para nosotras, esta naturalización está siendo cuestionada tanto a nivel social como a nivel científico, intentando desmontar todos los mitos que estaban naturalizados. Así, tanto el deseo irrefrenable en el hombre como la aparente ausencia de deseo en la mujer dejan de plantearse de forma esencialista, vinculado a los genitales o las hormonas, y pasa a entenderse como una cuestión de la educación social que recibimos, de las expectativas que se ponen sobre nosotras para pertenecer de forma “correcta” a esta sociedad.

Por un lado, el hombre, en un caso extremo, es educado en la ambición, en conseguir metas, en la competitividad y reclamar lo que es suyo. Es un sujeto activo, y no es menos en el deseo, donde es el sujeto deseante que ha de tomar a la mujer que él desea, pudiendo llegar al extremo incel de considerar que las mujeres le deben sexo. Por otra parte, la mujer es educada en la sumisión y el cuidado, estando subordinada así a otra figura, perdiendo en muchos casos la agencia y asemejándose más a un objeto pasivo. Esto también se traduce en el deseo y en cómo se ve socialmente a la mujer, que incluso en algunas de sus representaciones más poderosas en la cultura pop sigue definiéndose como un objeto de deseo. Obviamente, esta descripción es el caso más extremo, y hasta qué punto se aplican unas u otras cosas, o cómo estas se expresen dependerán ampliamente de la sociedad y la época, ya que no se dará de la misma forma en España que en Japón, pero tampoco se da igual en la España actual que en la franquista.

Entender que la concepción del deseo ha sido construida y naturalizada socialmente por el sistema en el que vivimos es precisamente lo que nos permite desafiar lo establecido y hablar desde lo que realmente sentimos: Que nosotras también deseamos activamente (tanto en lo sexual como en lo no sexual), que no todas tenemos el mismo nivel de deseo entre nosotras ni a lo largo de nuestra vida, que también podemos disfrutar y desear el sexo, que también tenemos curiosidad por explorar nuestra sensualidad y nuestra sexualidad, no necesitamos de algún hombre que venga a dar el primer paso. Sin embargo, como afirman las autoras de Sapphic Fire: Guía de sexualidad entre mujeres, también hemos de reconocer que socialmente compartimos la herida en nuestra sexualidad de los roles de género. Herida causada por la ocultación tradicional de nuestra sexualidad, herida infligida por la deformación de nuestra sexualidad en la pornografía machista, donde solamente somos objetos de deseo y de explotación. El cuestionamiento hacia el sistema que perpetra esta herida es cada vez mayor pero, aun así, experimentar nuestra sexualidad con otras mujeres en toda su plenitud resulta un desafío para las sáficas.

Entonces, ¿por qué hablamos tanto de hombres, si el tema son las relaciones entre mujeres? Porque, tristemente para algunas, no podemos escapar tan fácilmente de ellos. El modelo de relación hegemónico es el aloheterosexual monógamo, y los roles de género son complementarios de forma que solo encajan en ese sistema: sujeto y objeto, proveedor y cuidadora, dominante y dominada. Desafiar ese sistema tan normalizado en nuestra sociedad es una gran barrera a superar a la hora de construir relaciones entre mujeres. Si ya es difícil conseguir encajar y entenderse partiendo de unas expectativas y un “plan a seguir” socialmente establecido (no por ello menos problematizable), cómo de difícil será cuando no solamente no hay una expectativa social y una carencia amplia de referentes, sino que además las pocas referencias al safismo son representaciones deformadas de la realidad, deformadas hacia la otredad, la perversión, el aislamiento, los finales tristes o, incluso, hacia el consumo masculino.

(Ausencia de) visibilidad sáfica

Una generación de sáficas nos criamos con una gran “admiración” hacia Xena, la princesa guerrera, inseparable de Gabrielle, su fiel compañera con la que llega a besarse. ¿Pudieron terminar felices la serie nuestras bolleras guerreras? Por supuesto que no, Xena muere. En Buffy, cazavampiros, Willow descubre su atracción hacia otro personaje femenino llamado Tara y, como no podría ser de otra manera, acaba muriendo por una bala perdida. Otra bala perdida termina con la vida de Lexa en Los 100, justo después de aceptar que el amor no es una debilidad y resolver su tensión sexual con Clarke. Marta Pita Dopico, en El legado de Lexa, repasa la representación de las sáficas y la gran frecuencia del tropo Bury Your Gays (entierra a tus gays), así como las consecuencias y la respuesta que ha tenido últimamente en las comunidades virtuales. Recientemente, además del ya mencionado se han publicado varios ensayos que analizan la representación sáfica en los medios audiovisuales como Escondidas en el cine: Censura y personajes sáficos, de Rosi Legido, o Ausencia y exceso: Lesbianas y bisexuales asesinas en el cine de Hollywood, de Francina Ribes Pericàs. No podemos cambiar la representación que se ha hecho de las sáficas hasta ahora, pero sí que podemos analizarla para entender y explicar cómo nos afecta actualmente, y luchar por cambiarla en el futuro. Por ello, necesitamos entender cuál ha sido la visibilidad de las sáficas en los medios de masas, y cómo esto puede afectar a nuestra expresión del deseo.

Desde hace décadas, es relativamente frecuente la representación de escenas sáficas explícitas en el cine de Hollywood, pero no suele estar creado para representar el deseo entre dos mujeres. Representan el safismo como una fantasía abstracta, fantasía que responde a los deseos eróticos del hombre heterosexual, viendo a las lesbianas como un entretenimiento al que observar para su placer y consumo; y a las bisexuales fetichizadas como una clara oportunidad para un trío. Esta mirada es evidente con la objetificación de las sáficas y lo explícito de las escenas, que en muchas ocasiones carecen de la subjetividad de las implicadas, haciendo de esas mujeres un objeto de consumo. Esa “representación” es una manzana envenenada que, bajo la apariencia de mostrar el deseo sáfico, solo lo hace para generar morbo en la audiencia. El ejemplo más evidente de esto es el caso de la pornografía, en la cual “lesbianas” es toda una categoría dirigida al consumo del hombre heterosexual, que ha afectado muy negativamente a la imagen de la lesbiana en el imaginario colectivo, como afirma Dolors Majoral en Nosotrxs somos. De igual manera ocurre con las bisexuales en el porno, donde esa categoría se reduce siempre a los tríos, como fantasía universalizada de lo que es una mujer bisexual.

Esta visión de la mujer sáfica ha hecho que, mayoritariamente, las imágenes de dos mujeres en actitud cariñosa o incluso erótica la una con la otra sea la de dos personas deseables, pero no deseantes. Carecen de deseo propio, aunque haya sexo explícito entre mujeres, no existe realmente un deseo sáfico, por esa posición de objeto de deseo al que se ha relegado tradicionalmente a la mujer. Así, la visión de la escena es más bien la de un tercer personaje, no necesariamente presente, el voyeur de la visión masculina. Esta figura del voyeur, que tan descarada puede parecer, no siempre es una figura retórica a la que nos refiramos como metáfora, sino que en películas como Juegos salvajes, se trata literalmente de un hombre que observa y graba la escena con una cámara, explicitando dicho voyeurismo masculino.

Las imágenes de dos mujeres en actitud cariñosa o incluso erótica la una con la otra es la de dos personas deseables, pero no deseantes. #DíaDeLaVisibilidadLésbica

Pero no solo hemos sido unos animales exóticos a los que observar, también hemos sido unas desviadas, unas depravadas y unas violentas que necesitan ser corregidas. Aunque durante una corta época, la representación de la diversidad afectiva, sexual y de género fue realizada desde una óptica muy positiva en la Alemania del Institut für Sexualwissenschaft (Instituto para la Ciencia Sexual), esta época fue truncada y literalmente quemada en 1933 por el nazismo. En el resto del mundo, la visión no fue así de positiva, especialmente desde la adopción en 1930 del Código Hays en Estados Unidos y de otras políticas similares por Europa, las cuales solo permitían representaciones erróneas de mujeres sáficas como mujeres que se disfrazan de hombres, o la aparición de personajes homosexuales con finales claramente trágicos con fines moralizantes, porque “se lo merecían por desviades”.

Tras la desaparición del Código Hays, en la década de los sesenta, ya no éramos solo mujeres vestidas de hombre. Pero las insinuaciones de atracción por otras mujeres iban siempre en pack con una identidad marginal, como una característica de perversión más, además de la de asesina, vampira, alcohólica o infiel, perversión que les llevaría a la exclusión social o incluso la muerte. Como señala la teórica Lynda Hart, en la sociedad heterosexista y patriarcal que vivimos, la pasividad de la mujer es un imperativo, por lo que si son violentas es que ha de tratarse de la no-mujer de Wittig, la lesbiana. Un tropo relativamente habitual, al que Bonnie Zimmerman le dedicó un ensayo entero, es el de la vampiresa lesbiana. En él, concluye que, para encajar en un modelo patriarcal de sexualidad, la atracción sáfica entre la víctima y la vampiresa ha de enmarcarse en una relación de violencia, dominación y destrucción ya que, de otra manera significaría que dos mujeres pueden preferir estar juntas entre ellas que estar con un hombre sin la necesidad de manipulación o violencia, un modelo alternativo que supondría una amenaza a la masculinidad.

Dos mujeres pueden preferir estar juntas entre ellas que estar con un hombre sin la necesidad de manipulación o violencia, un modelo alternativo que supondría una amenaza a la masculinidad. #DíaDeLaVisibilidadLésbica

Nos encontramos con que los referentes audiovisuales no abordan nuestra realidad de una forma digna, pero lo que es difícil imaginarse sáfica y, con ello, que nos reconozcan como tales. La representación se está ampliando, pero siguen predominando papeles marginales, con relaciones “incompletas” por esa ausencia del hombre, o dirigidas al consumo masculino. Seguimos sin una representación justa porque a la homofobia (lesbofobia y bifobia más bien) en el mundo del cine se le suma la misoginia. Robert Dyer, en el documental El celuloide oculto, afirma que a través de la cultura, donde el papel del cine ha sido muy destacado últimamente, formamos nuestras ideas de la identidad, de qué es hombre y qué mujer, de qué es la sensualidad y, en definitiva, de quiénes somos. Sin embargo, aunque a nivel global el cine nos permita intuir qué referentes y modelos hemos podido tener en nuestra vida, no es la única fuente, ya que puede encontrarse también en nuestros entornos más cercanos. Así, cabe preguntarse dónde estaban las bolleras en nuestros barrios.

Tristemente, la respuesta no es mucho mejor. En una España donde Queipo de Llano difundía desde 1936 toda su homofobia y donde, en 1975, se publicó en castellano La criminalidad de la mujer lésbica, no era de esperar una gran acogida para las lesbianas, que fueron víctimas ideológicas del sistema. Todo tipo de represiones, humillaciones y castigos les esperaban si eran descubiertas, ya que no solo estaba prohibido en el ámbito público, sino también en el privado, pudiendo ser unos rumores suficientes para conducir a la condena. Así, su vida se llevó a cabo desde el destierro y la soledad o desde una clandestinidad y miedo constantes. Citando a Fernando Olmeda en El látigo y la pluma: Homosexuales en la España de Franco, “No había modelos lésbicos en la sociedad española. No fueron educadas en libertad ni disponían de información sobre la sexualidad que no fuera meramente reproductiva.” No solamente las generaciones que vivieron el franquismo sufrieron directamente esta represión, sino que las posteriores, indirectamente, también la hemos sufrido, al carecer también de referentes visibles en la vida real, más allá de la representación sesgada del cine.

“No había modelos lésbicos en la sociedad española. No fueron educadas en libertad ni disponían de información sobre la sexualidad que no fuera meramente reproductiva.”

Fernando Olmeda, El látigo y la pluma: Homosexuales en la España de Franco

En conclusión, la falta de referentes nos dificulta reconocernos a nosotras mismas, entre nosotras y generar sensación de comunidad a partir de ello, igual que nos imposibilita generar unas expectativas claras y realistas de cómo debería ser una relación. En palabras de la escritora Susie Bright, la falta de referentes nos hace sentir “como un fantasma en el que nadie cree”. Es por ello que existe una gran reivindicación de visibilidad y diversidad, no entendida exclusivamente como la aparición de personas del colectivo LGTBIAQ+, sino también como la diversidad dentro del propio colectivo, evitando que lesbianas y bisexuales queden relegadas a un segundo plano, o que representaciones menos atractivas para la norma dejen por ello de aparecer en la narrativa, como las sáficas discas o las mujeres de avanzada edad.

Por tanto, como reivindica Yvonne Tasker, no deberíamos buscar una representación sáfica exclusivamente positiva, como seres de luz, en un espacio puro. Como todas las personas, vivimos en una sociedad, y eso hace nuestras vivencias inseparables del juego de poder y jerarquías en el que vivimos, por lo que nos encontramos realmente en un claroscuro de figuras ambiguas. Además, como indica Juan Carlos Alfeo, todos los debates por la integración LGTBIAQ+ desde una perspectiva asimilacionista, que se centran en mostrar a parejas homosexuales siendo homosexuales y ya, acaban por ocultar otros debates y temáticas más interesantes como los modelos alternativos de relación, las múltiples formas de posible expresión desculpabilizada de la sexualidad, o la estabilidad de las relaciones.

Así pues, nos encontramos con que nos gustan las mujeres (ha habido un fallo en la matriz heterosexual), que los referentes que tenemos son escasos y terriblemente sesgados, y que no tenemos una expectativa de cómo debería ser la relación entre nosotras. ¿Qué hacemos ahora? La situación es igual que si nos encontrásemos en mitad de la naturaleza, y solamente tuviéramos un mapa del metro de Madrid de 1982 (porque, seamos sinceras, el modelo alocisheterosexual está bastante anticuado). Existen todas las direcciones para explorar, tenemos todas las posibilidades del mundo, pero tantas posibilidades pueden llegar a ser agobiantes y lo más habitual sería buscar algún punto de referencia con el que orientarnos, para acercarnos o alejarnos de él. Pongamos que desde donde estamos vemos la boina de contaminación que cubre Madrid. Podemos entonces decidir caminar hacia ella, porque más vale malo conocido, o huir directamente en sentido contrario.

Volviendo a nuestro ejemplo, donde el mapa era el modelo de heteronormatividad, Madrid sería una reproducción de la masculinidad hegemónica para poder entender así una relación con una mujer de una forma “más hetero”. Sin embargo, la analogía no da para toda la complejidad que se da en el caso de las relaciones. Podemos acercarnos a esa masculinidad de una forma absoluta, o solo a aspectos concretos de la misma: la estética, cómo hablar con otras mujeres o incluso los gustos típicos. De la misma forma, podemos intentar evitar esa masculinidad normativa, sabiendo qué cosas no nos gustan de nuestra experiencia con hombres, y que queremos evitar causar a otras mujeres. Lo más probable es que incluso se den ambas a la vez, pero por simplificar la explicación, los trataremos de forma separada.

Madrid sería una reproducción de la masculinidad hegemónica para poder entender así una relación con una mujer de una forma “más hetero”. #DiaDeLaVisibilidadSafica

Imitación del sistema heteronormativo

“¿Quién es el hombre y quién la mujer?” es esa pregunta que, poniendo los ojos en blanco, reciben con demasiada frecuencia las parejas del mismo género. Sin embargo, queramos o no, esta idea ha permeado profundamente en la sociedad y también en las sáficas, con ideas como que una butch  ha de estar con una femme . Al salirse de la norma, en muchas ocasiones se puede generar una nueva norma asimilada al sistema, ya que es lo más sencillo desde el paradigma de partida. Así, al encontrar que le gustan las mujeres, una sáfica podría tomar aspectos de la masculinidad hegemónica (más o menos dañinos) como propios, para tomar un rol más cercano al de hombre en las relaciones heterosexuales. Judith Butler, en Imitación e insubordinación de género (2000), afirma que al tratarse el género de identificación e imitación, y por la imposición y aceptación social de los estereotipos, se puede justificar por qué algunas lesbianas tienen comportamientos demasiado masculinos para lo normativo, al igual que algunos gays demasiado femeninos. Este tratamiento de los estereotipos va en la línea de la heterosexualidad obligatoria de la que habla Adrienne Rich (de quien no podemos olvidar su ayuda a Janice Raymond en la escritura de uno de los mayores panfletos anti-trans de finales de los años 70) en La heterosexualidad obligatoria y la existencia lesbiana, donde elabora que la heterosexualidad es asumida socialmente y por tanto no necesariamente responde a una preferencia sexual individual, sino a una imposición social.

Cabe decir que asumir una serie de estereotipos masculinos, por mucho que la masculinidad hegemónica esté asociada a un rol dominante, no necesariamente implica que se asuma esa dominación, por mucho que la representación en la cultura que antes hemos resumido así parezca asegurarlo. Asumir que las sáficas con apariencia o conductas más masculinas van a ser automáticamente violentas o machistas alimenta los estereotipos lesbófobos; y también bífobos, ya que se suele asumir que se es lesbiana sin plantearse la bisexualidad. Así, aunque haya casos en los que sí ocurra, ya que nadie es un ser de luz por pertenecer a ninguna letra del colectivo, no es una norma general. Sin embargo, aunque esta es una solución aparentemente sencilla al problema de no encajar en la heterosexualidad, la experiencia entre sáficas demuestra que no es necesariamente la más común, que nuestras experiencias con hombres nos han llevado al rechazo de ciertos aspectos de la masculinidad de los que rehusamos. Y en ocasiones eso nos lleva a rechazar incluso a otras sáficas por relacionarlas con dicha masculinidad hegemónica.

Evitación de la masculinidad normativa

Es relativamente cíclico que aparezca un hilo de Twitter o una publicación de Instagram en la que muchas mujeres comparten las peores frases que han escuchado de boca de un hombre en el ámbito sexual o afectivo. Son frases cargadas de vejaciones, de menosprecios y de todo tipo de violencia. No caigamos en el esencialismo y afirmemos que el problema son los tíos, como si existiera el gen de la violencia machista, que se expresa solamente en hombres. Pero tampoco caigamos en el #NotAllMen, porque sí son los suficientes y sí ocurre de manera sistémica. Es la masculinidad normativa, integrada en el marco capitalista de las relaciones, la que fomenta todo esto. Todas la conocemos bien, ya sea por lo que hemos vivido directamente o de forma vicaria, a través de la cultura y de nuestras amigas, familiares, conocidas…

Volvemos a hablar de hombres, pero es necesario para entender el típico comentario entre amigas bisexuales de “uf, es que con hombres no me pasa, pero con mujeres me cuesta muchísimo ser directa”. ¿Por qué esa diferencia? ¿Por qué, según un estudio de Philip Blumstein y Pepper Schwartz, las parejas de mujeres tienen menos sexo que las de hombres o las de un hombre y una mujer, pero al menos la mitad de las implicadas en relaciones sáficas desearían más contacto sexual? Cuando una sáfica se enfrenta a otra mujer que le atrae es bastante probable que todos los fantasmas de la masculinidad normativa pasen por delante de sus ojos, porque no quiere ser ese hombre. Ninguna queremos ser ese hombre. Y precisamente por ello es por lo que nos autocensuramos y prohibimos el acceso a espacios tradicionalmente reservados al hombre, como la posición del sujeto deseante, la posibilidad de hablar de sexo o la capacidad de expresar un deseo (no necesariamente sexual) claro directamente.

Seamos claras: ninguna de estas conductas es problemática por sí misma, sin una estructura de poder y una mentalidad de dominación socialmente impuesta que la sostenga. Podemos desear a otra mujer, considerar que es sexy y atractiva y que nos gustaría hacerle de todo sin que necesariamente la veamos como un objeto sexual, e incluso que sea su propia capacidad de desearnos la que aumente aún más nuestro deseo porque, ¿qué hay más sexy que desear y ser deseada de forma mutua y simultánea? O qué tiene de malo hablar de sexo, de lo que nos gusta y lo que no, de lo que hemos hecho y lo que nos gustaría probar, siempre y cuando respetemos los límites de la intimidad de las personas implicadas y no desahuciemos a nuestras compañeras sexuales de su capacidad de desear cuando lo hacemos. Y si ser directa tiene tan mala fama no es porque establecer de forma honesta tus expectativas para que la otra persona evalúe si le cuadran sea malo, sino porque es habitual que, tras plantear sus expectativas, los hombres esperen que se cumplan sin ningún tipo de resistencia y, si esto no ocurre, recurran al acoso o al chantaje.

Podemos desear a otra mujer, considerar que es sexy y atractiva y que nos gustaría hacerle de todo sin que necesariamente la veamos como un objeto sexual. #DíaDeLaVisibilidadLésbica

E igual que con estos ejemplos, pasa con muchas otras cosas, como el miedo al más leve contacto físico por si resulta invasivo. Un roce de manos, o apoyar una mano en el hombro de la otra, gestos que podrían no suponer ningún problema pero, al ser una chica que te resulta atractiva, ese contacto adquiere una relevancia desmesurada. Mientras que por un lado se teme que la otra persona haya percibido ese contacto como una violación extrema de su espacio personal, por otro se siente internamente como la posible temática central de una carta de quince páginas entre “dos amigas” victorianas “que se querían mucho”, con un amor “casi fraternal”.

Sin embargo, no solamente es por esa empatía y ese miedo a resultar invasivas, también hay una parte de autoprotección. No hace falta buscar mucho para encontrar casos de agresiones a personas no heterosexuales por insinuarse a la persona equivocada, y leyes que han permitido que estas agresiones salgan impunes o con penas significativamente rebajadas, como en el caso del gay panic estadounidense.

Para concluir este apartado, volvamos con nuestras amigas bisexuales: ¿por qué con mujeres sí hay bloqueo para ligar, pero con hombres no? Pues precisamente por los dos argumentos anteriores, aunque sea de forma inconsciente. Por un lado, los hombres no ocupan socialmente la misma posición que las mujeres y, por ello, realizar acciones “de hombre” con un hombre como ser directa con tus intenciones es ponerse en un papel de igual, mientras que con una mujer supone ponerse “por encima”, lo cual sí puede suponer una violencia (que, como hemos debatido antes, probablemente no sea tal). Por otra parte, que una mujer declare su deseo a un hombre sí supone una ruptura de los roles de género tradicionales, lo cual no está exento de riesgos, pero declarárselo a una persona de su mismo género es una ruptura aún mayor, lo que la expondría más a posible violencia.

El sistema como un todo: Las sáficas trans

Si entrasen a leer este artículo las diez lesbianas más adineradas de España, probablemente no se verían reflejadas en ninguna de las afirmaciones que se han ido haciendo. Porque este artículo no es para ellas. En el sistema en el que vivimos, todas las opresiones están integradas en él, interactuando de una forma tan íntima que no se pueden entender si no es como partes de una totalidad. Por ello, este artículo que trata sobre las sáficas “de a pie de calle” se refiere a las sáficas de clase obrera y, por ello, muy probablemente no se aplique a las de clase alta, ya que esa posición les da también una sensación de legitimidad que podría ser comparable a la de los hombres en cuanto a los efectos en lo previamente debatido. No queremos decir que no sufran violencias por ser lesbianas, simplemente es que las ricas no nos importan.

En el lado opuesto de esta totalidad, también tenemos que entender que las generalidades aquí expuestas están principalmente construidas sobre la figura de la sáfica blanca cis, ignorando el posible efecto de factores como la discapacidad, la raza o ser trans, entre otros. Es evidente que según la raza y la cultura, el género y cómo se expresa varía, y que ser disca supone también una dificultad de acceso a las propias dinámicas de ligue por el propio capacitismo de la sociedad y de los espacios de socialización habituales. Un análisis más profundo de cómo se integran en esta problemática requeriría probablemente de un artículo específico para ello y de muchos más conocimientos o experiencias de los contenidos en este artículo.

Por la propia subjetividad de la autora de este artículo y por su utilidad para reforzar argumentos previos, se utilizará como ejemplo el caso de las sáficas trans asignadas hombre al nacer. En este caso, las lógicas aplicadas hasta ahora de no querer ser invasiva con otras mujeres como lo han sido los hombres con nosotras y la de evitar la violencia al insinuarte a una mujer hetero que se lo pueda tomar a mal también aplican. Sin embargo, a esto se suman dos factores: la ideología reaccionaria y el temor a la identificación con el hombre.

Con la ideología reaccionaria nos referimos a aquellos grupos que difunden ideas como que las mujeres trans somos hombres que hemos transicionado para poder ligar con lesbianas, que queremos obligar a las lesbianas a tener sexo con penes o que somos en verdad violadores. Parece autoexplicativo como, el escuchar estos mantras repetidamente, por muy ridículos y carentes de argumentos que sean, acaban por generar una inseguridad y una barrera en las sáficas trans a la hora de relacionarse con mujeres cis.

El temor a la identificación con el hombre se suma al miedo a resultar invasiva. Como tenemos miedo a hacer daño por resultar invasivas como algunos hombres han sido con nosotras, asociamos cualquier sospecha de haber resultado invasivas (que, en ocasiones, se genera sin ningún tipo de indicativo para sospechar) con haberlo sido como un hombre, el género el cual se nos asignó al nacer y que nos genera disforia. Así, además de la culpabilidad propia de creer haber sido invasivas (ni siquiera la certeza de haberlo sido), existe la posibilidad de desarrollar disforia de este hecho.

Así, se evidencia cómo no se pueden entender las casuísticas que se dan en este sistema como ejes separados, sino que actúan siempre en conjunción, moldeándose mutuamente de forma íntima, y dando formas de opresión muy concretas y características.

Conclusiones

Que las sáficas necesitamos un cartel de neón y veinte intentos para acabar diciendo que nos gusta y nos gustaría hacer cosas con la crush es un hecho. Tenemos que reapropiarnos de los espacios reservados al hombre en las relaciones y utilizarlos en conjunto con otras mujeres, desposeyéndolos además de la estructura que los hace problemáticos. Podemos disfrutar ambas desde una posición de dos sujetos deseantes que se reconocen y se desean mutuamente. Podemos decirnos lo que nos gustaría hacernos sin que eso sea una invasión ni incurrir en acoso si ambas no queremos lo mismo. Podemos hablar de sexo y de lo que nos gusta y lo que no sin juzgarnos la una a la otra. Y, hablando de deseo, no todo deseo es sexual. No nos olvidemos de que no todo el mundo tiene por qué desear el sexo y es perfectamente válido.

Tenemos que reapropiarnos de los espacios reservados al hombre en las relaciones y utilizarlos en conjunto con otras #bolleras, desposeyéndolos además de la estructura que los hace problemáticos. #DíaDeLaVisibilidadLésbica

Este artículo pretende ser una primera guía para iniciar este debate, y con que alguna sáfica haya empezado a plantearse por qué se relaciona como se relaciona, ya habrá cumplido su función. Por su extensión limitada (y aun a pesar de que no es demasiado corto), puede resultar demasiado simple en algunas secciones, y deja muchos melones sin abrir. Como, por ejemplo, las consecuencias que podría tener esto en la mercantilización de los cuerpos, o cómo entran las personas disca y las racializadas aquí, por poner un par de ejemplos. Entendiendo sus propias limitaciones, este texto pretende también ser una invitación al debate, así que cualquier aportación es bienvenida.

Bibliografía

Artículos enlazados en el texto (por orden de aparición)

Artículos (por orden alfabético)

  • Adrienne Rich, La heterosexualidad obligatoria y la existencia lesbiana, (1996), DUODA: Revista d’Estudis Feministes, nº 10
  • Bonnie Zimmerman, Daughters of Darkness. Lesbian Vampires (1981); Jump Cut, 24-5, pp. 23-24
  • Juan Carlos Alfeo, Evolución de la temática en torno a la homosexualidad en los largometrajes españoles (2002), Dossiers Feministes Nº 6. Masculinitats, mites de/construccions i mascarades.
  • Judith Butler, Imitación e insubordinación de género (2000), Revista de Occidente, nº 235.

Documentales (por orden alfabético)

  • El celuloide oculto, Rob Epstein y Jeffrey Friedman (1995)
  • Nosotrxs somos, Bárbara Mateos y César Vallejo, disponible gratis aquí (2018)

Libros (por orden alfabético)

  • American Couples: Money, Work, Sex, Philip Blumstein y Pepper Schwartz (1983)
  • Ausencia y exceso: Lesbianas y bisexuales asesinas en el cine de Hollywood, Francina Ribes Pericàs (2022)
  • El látigo y la pluma: Homosexuales en la España de Franco, Fernando Olmeda (2004)
  • El legado de Lexa, Marta Pita Dopico (2019)
  • Escondidas en el cine: Censura y personajes sáficos, Rosi Legido (2021)
  • Fatal Women: Lesbian sexuality and the Mark of Aggresion,Lynda Hart (1994)
  • ¿Qué hacer, maricón?, Rojo del Arcoríris (editores), varios autores, disponible gratis aquí (2022)
  • Sapphic Fire: Guía de sexualidad entre mujeres, Thais Duthie, Paula Alcaide, Espe López, María Torre Gómez (2022)
  • The Good, the Bad and the Gorgeous: Popular’s Culture Romance with Lesbianism, Belinda Budge y Diane Hamer (editoras), varios autores con contribución de Yvonne Tasker (1994)
  • Vampires and Violets (Lesbian in Film), Andrea Weiss (1993)

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