¿Cuarta Ola? No sois dignas.

Artículo Colaborativo, Autoras:

El movimiento feminista ha experimentado un auge incuestionable en los últimos años, y hay quien, como Rosa Cobo, ha empezado a hablar de una cuarta Ola feminista. A pesar de esto, realmente sólo puede hablarse de olas del feminismo con total seguridad mediante un análisis de los acontecimientos históricos e innovaciones que han enmarcado dichas olas. La reivindicación de los derechos civiles y el sufragio enmarcaron la primera ola a mediados del siglo XIX, la puesta en cuestión de la sexualidad patriarcal definiría en los 60-70 a la segunda ola y el abordaje de la interseccionalidad junto con la proliferación de nuevas teorías feministas fueron los rasgos principales de la tercera ola feminista.

¿Pero qué ocurre con la cuarta ola? Nos encontramos ante un momento histórico en el que el feminismo goza de mayor aceptación social y las movilizaciones feministas llenan las calles en contra de la violencia machista a nivel internacional, con un cuestionamiento cada vez mayor del neoliberalismo y una progresiva toma de conciencia de clase. Podemos estar observando la germinación de una nueva ola que las autoras fechan en 2012, pero quizás seis años son pocos para sacar conclusiones firmes. Además, todavía no se han hecho demasiadas aportaciones teóricas innovadoras. No deja de ser llamativo que, desde posiciones completamente identitarias, se esté reivindicando como «cuarta ola» un sector del feminismo extraordinariamente reaccionario, cuyas bases discursivas se basan en la tergiversación de los textos de la segunda ola para justificar su enfoque segregacionista y LGBTfóbico, en una reducción al absurdo de los aportes de la tercera ola que pretenden vender como crítica al pensamiento «posmoderno» y en un profundo anticomunismo traducido en el revisionismo descarado y deshonesto de aquellas teóricas comunistas que, pese a analizar la cuestión de la mujer, fueron críticas con el feminismo de la época. Esto no supone nuevos aportes o paradigmas, sino una degradación de los anteriores, ya que de estar inmersas en una cuarta Ola, aquellas que se han aventurado a autodenominarse como tal como si de una identidad y no de un movimiento político y filosófico se tratase no deberían pretender hegemonizarla. No si van incluir en la lucha antes a explotadoras y a fascistas que a las mujeres transgénero.
En este artículo analizaremos esta cuestión.

Por cuestión de honestidad, hemos de adelantar que somos feministas marxistas conocedoras de los aportes radicales aquellas que hemos elaborado este texto, podemos ser críticas con algunos aportes del feminismo radical con los que no estamos del todo de acuerdo. Sin embargo, al hablar de éste, nos limitaremos a hacer una exposición que también suscriben las integrantes radfem de esta asociación.

La tergiversación de las autoras de la Segunda Ola.

Uno de los rasgos más característicos de esta corriente reaccionaria se basa en la constante tergiversación de las autoras de la segunda Ola. El feminismo radical que este grupo está parasitando situó el origen de la opresión en la explotación reproductiva, en la apropiación de la biología de la mujer por parte de los hombres. Esto les ha servido de excusa para excluir del feminismo a las mujeres trans ya que obviamente no pueden parir. Ignorando con mala fe hechos como que explotación reproductiva también es la prostitución a la que cerca del 80% de mujeres trans son arrojadas por la exclusión social; o que las mujeres estériles y menopáusicas no están menos oprimidas por su sexo-género. En efecto, el feminismo radical jamás excluyó a estas mujeres, su incapacidad reproductiva pese a ser mujeres ha sido históricamente la causa de su repudio, y diversas autoras radicales de renombre se han posicionado como inclusivas. Al fin y al cabo, ser mujer no es únicamente poseer vagina y útero.

Antes de abordar a las radicales propiamente dichas, merece la pena mencionar la interpretación dogmática que se ha hecho de El segundo Sexode Simone de Beauvoir. Se trata de un texto escrito en los años 50, cuando el concepto de género todavía no existía. Si bien expresiones como «hembra humana» alternando con «mujer» salpican el texto, Beauvoir habla de ésta en términos existencialistas y no esencialistas a lo largo de toda la obra, haciendo especial hincapié en la educación, la socialización y la cultura, es decir, lo que a día de hoy se llama género. «No se nace mujer, se llega a serlo». Si bien dudamos seriamente de que Beauvoir valorase que las mujeres trans son mujeres, sus aportes no sirven de ningún modo para invalidar a esta premisa.

El análisis radical es rico y diverso, y parte de las concepciones introducidas por Sulamith Firestone (en La dialéctica del sexo) y Kate Millet (en Política Sexual), que en contraste con el análisis marxista que sitúa el origen de la opresión en la propiedad privada, hablan de un sistema de castas sexuales en la que la explotación reproductiva constituye el eje de la opresión de la mujer y que del patriarcado emanan todas las demás opresiones existentes. Esto no implica necesariamente que para ser mujer sea necesario tener capacidad reproductiva, ya que las estériles son igualmente oprimidas como mujeres.

Pocos años antes de los estudios realizados en los sesenta por Robert Stoller y John Money aludían a una «identidad genérica esencial» independiente de la condición biológica. Se acuña así el término «género», que más tarde también sería retomado por Gayle Rubin.

Kate Millet haría referencia a estos estudios en Política Sexual, reconociendo explícitamente entre sus páginas la existencia de las personas trans.
Adjuntamos íntegras estas páginas por su excepcional valor, matizando que son muchos los aportes posteriores que la ciencia ha hecho en esta materia y que esta corriente reaccionaria se ha esmerado en  ignorar.

Millet no sería la única en incluir a las personas trans. Andrea Dworkin en Woman Hating dedicaría un capítulo entero a las personas trans, reconociendo el derecho a tratamientos médicos para que estas pudieran vivir «en los términos que ellas desearan» como una «cuestión de emergencia social». Asimismo, Dworkin reconoció explícitamente a las mujeres trans como tales, a lo que se sumaron otras grandes feministas radicales de la talla de Catherine McKinnon.


Andrea Dworkin

«El trabajo con población transexual y los estudios sobre la formación de la identidad de género en menores nos han provisto de una información básica que echa por tierra el concepto de que existen dos sexos biológicos distintos. Estas ideas amenazan con transformar la biología tradicional relativa a las diferencias sexuales en una biología radical sustentada semejanzas sexuales[ …] Toda persona transexual tiene derecho a someterse a una operación de cambio de sexo, y la comunidad debería proveérsela como derecho.

Catherine McKinnon

«Siempre he pensado que no me importa la manera en la que una persona llega a ser mujer u hombre; no me importa, de verdad. Eso forma parte de su particularidad, de su singularidad, como la del resto. Quienquiera que se identifique como mujer, quiera ser una mujer y se presente como mujer, hasta donde llega mi entendimiento, es una mujer.»

Otra feminista radical que merece la pena mencionar es Monique Wittig, que en sus ensayos La categoría de sexo y La marca del Género hace referencia tanto al sexo como al género como construcciones sociales para oprimir y explotar reproductivamente a la mujer mediante la institución de la heterosexualidad. De esta manera, la exclusión de las mujeres trans teniendo en cuenta que tanto sexo como género son constructos sociales resulta totalmente absurda. Estos análisis parecen ser obviados por esta cuarta ola feminista de chapita, que los atribuyen a autores posmodernos. Si bien Judith Butler, principal exponente de la teoría queer, retomaría estas aportaciones relacionándolas con las de Beauvoir y Lacan, fue precisamente una feminista radical la primera en hablar de sexo como construcción social. 

Monique Wittig, La categoría de sexo

«La categoría de sexo es el producto de la sociedad heterosexual, en la cual los hombres se apropian de la reproducción y la producción de las mujeres, así como de sus personas físicas por medio de un contrato que se llama contrato de matrimonio.»


El radfem nunca cargó específicamente contra las mujeres trans hasta que aparecieron Sheila Jeffreys y Janice Raymond, que dieron la espalda a los aportes de Dworkin considerando que las cirugías de reasignación de sexo son violencia. Desde Rebelión Feminista somos muy críticas con la presión social que sufren las personas y particularmente las mujeres trans para operarse y hormonarse, consideramos que la libre elección no existe y compartimos la visión de que es una forma de mutilación, esto no debería usarse de excusa para aliarse con el gobierno de Donald Reagan tal y como hizo Raymond para bloquear el acceso a tratamientos a las personas trans. Paradójicamente, las seguidoras de estas autoras son conocidas por invalidar a las personas trans por sus caracteres sexuales, observándolas (en particular a las mujeres trans) con una lupa que rara vez se atreverían a posar sobre una mujer cis. De hecho, algunas si que reconocen el género de las personas trans totalmente operadas, aprovechándose del discurso «transmedicalista» para tratar de dividir y enfrentar a las personas trans entre ellas. Además, es una concepción profundamente clasista y capacitista que obvia que no todo el mundo puede costearse económicamente esas intervenciones, o que no todo el mundo tiene suficiente estado de salud para someterse a ellas. De la misma manera, también es clasista negar el acceso a dichas operaciones cuando, debido a la transfobia social, el riesgo de exclusión laboral de personas trans que no pasan como cis es altísimo, con una tasa de desempleo en España del 85%.

Janyce Raymond, creadora del movimiento feminista trans excluyente.

El revisionismo del marxismo

El revisionismo ideológico no solo se ha limitado a la teoría radical, si no que ha alcanzado al marxismo también. Desde este sector se han llegado a decir mentiras tan grotescas, como que los padres de la teoría marxista (Marx y Engels) eran feministas.En otra ocasión, mucho más reciente, una de las figuras más conocidas del sector reaccionario citaba a varias figuras muy importantes del marxismo como a Kollontai, a Clara Zetkin, o a Rosa Luxemburgo. Una de las tergiversaciones que hace es decir que según Rosa Luxemburgo, el marxismo es insuficiente para tratar la cuestión de la mujer se basa en esta cita para justificarlo:

«El marxismo es una cosmovisión revolucionaria, que constantemente tiene que luchar por nuevos conocimientos, que no hay nada que desprecie tanto como aferrarse a formas que alguna vez fueron válidas, que conserva su fuerza vital de la mejor manera en la autocrítica y en el tronar de la historia.

Rosa Luxemburgo

La primera frase ya la está desmintiendo. Que el marxismo sea una cosmovisión, significa que es un método y una teoría para analizar la totalidad de la sociedad, y eso incluye la cuestión de la mujer. El resto de la cita nos dice que el análisis debe renovarse (algo que ellas en absoluto se aplican, no hay más que ver sus conocimientos en biología y sociología), es decir que al tratar cualquier problema social, el marxismo debe tener en cuenta el tiempo en el que se está. No es que el marxismo tenga que incorporar cualquier teoría porque sí, si no que debe crear su propia teoría a través de su propio método e incorporarla a lo que ya hay.

También es necesario ser conscientes de las denuncias al machismo y a la misoginia de los teóricos masculinos, ya sean marxistas o de otras corrientes ideológicas, que realizaron estas autoras. Pero no ignorando su análisis marxista o su rechazo al feminismo de la época, como si se definieran como feministas e incluso como si defendieran a las burguesas. Semejante patraña se desmonta con la siguiente frase de Rosa Luxemburgo:

«La mayoría de estas mujeres burguesas, que actúan como leonas en la lucha contra los «privilegios masculinos», se alinearían como dóciles corderitos en las filas de la reacción conservadora y clerical si tuvieran derecho al voto. Serían incluso mucho más reaccionarias que la parte masculina de su clase. A excepción de las pocas que tienen alguna profesión o trabajo, las mujeres de la burguesía no participan en la producción social. No son más que co-consumidoras de la plusvalía que sus hombres extraen del proletariado. Son los parásitos de los parásitos del cuerpo social.» […]Las mujeres de las clases propietarias defenderán siempre fanáticamente la explotación y la esclavitud del pueblo trabajador gracias al cual reciben indirectamente los medios para su existencia socialmente inútil

Rosa Luxemburgo (1912)

Luxemburgo no sólo no luchaba por las burguesas, si no que las consideraba «Las parásitas de los parásitos». Alexandra Kollontai dejó muy claro que el objetivo final de las burguesas y las obreras era muy distinto:

¿Cuál es el objetivo de las feministas burguesas? Conseguir las mismas ventajas, el mismo poder, los mismos derechos en la sociedad capitalista que poseen ahora sus maridos, padres y hermanos. ¿Cuál es el objetivo de las obreras socialistas? Abolir todo tipo de privilegios que deriven del nacimiento o de la riqueza. A la mujer obrera le es indiferente si su patrón es hombre o mujer.

Alexandra Kollontai (1914)

Hay que destacar especialmente la última frase, pues su tergiversación tiene como objetivo que la obrera luche junto a la burguesa, defendiendo a la explotadora, teniendo la poca vergüenza de autodenominarse marxistas. Todo esto busca defender la más absurda de las patrañas: la nación femenina donde por supuesto solo se admitirá a aquellas que ellas consideren mujeres. Esto ya no sólo va de transfobia y de odio hacia un colectivo marginal, si no que directamente plantea la construcción de una sociedad basándose en que la explotación viene de los genitales en lugar de una construcción social basada en la división sexual del trabajo y el trabajo asalariado.

Estas tergiversaciones son peligrosas y pueden llevar a que la obrera se olvide de quien es su auténtico antagonista, pues cierto es que las mujeres son la mitad de la población y que el machista es un peligroso enemigo, pero no debemos olvidar que la razón de que exista el machismo es que existe un sistema que lo usa para su propio beneficio. Un sistema que mantiene el 99% de la riqueza en manos del 1%, y ese 1% incluye a mujeres como Ana Patricia Botín, o Christine Lagarde. Además, no se les ha caído los anillos en incluir a las mujeres fascistas como sujetos políticos y no como los palos en las ruedas que son para la lucha feminista y de clase.

La teoría queer en Butler como hombre de paja

La llamada Cuarta Ola se pretende levantar sobre todo en reacción al feminismo posmoderno de la tercera Ola, y aunque hay varias autoras en este saco, la más atacada es siempre Judith Butler. Habiendo adelantado ya la relación entre el feminismo radical en el lesbianismo de Wittig y las posturas de esta autora, hay que decir que la mayor parte de las críticas que se le han hecho a Butler parten de interpretaciones interesadas y que son, en sí mismas, ridículas hasta el extremo. De hecho, ella misma las contesta en el segundo prefacio de El género en disputa, con lo que se hace todavía más anacrónico. 

El problema de la Mujer como sujeto del feminismo era algo que ya había alcanzado a mujeres tanto lesbianas como negras, frente a las que se organizó en su momento una reacción identitaria. De hecho, el feminismo lésbico aparece como consecuencia natural de la marginación de las lesbianas tanto en grupos gays como en el feminismo; y, con autoras como Wittig, mostraron que ser una mujer lesbiana supone experiencias completamente distinta a ser un hombre gay. Y el racismo dentro del movimiento feminista lleva siendo denunciado desde la primera ola, con Sojourner Truth y su texto «¿Acaso no soy mujer?», hasta las últimas décadas, con Bell Hooks o Angela Davis. Lo único que hace Butler es poner en el centro del debate el problema de que un movimiento liberador se utilice como un instrumento para excluir a otras mujeres. La verdad es que es normal que la «Cuarta Ola» ataque con tanta insistencia este punto, teniendo en cuenta que su raíz histórica es la exclusión de otras mujeres.

Para llevar esto a cabo, aplican una política de identidad muy concreta que se centra en el cuerpo, y sobre todo en el sexo. Por eso, otro punto que detestan de Butler es que sea capaz de decir que sexo y género no son dos cosas tan distintas. A pesar de esto, su problematización de la construcción del sexo como un dato natural lleva guiando durante tres décadas buena parte de las perspectivas de género en los estudios de sociología, psicología o biología, por ejemplo. La burla habitual consiste en decir que la teoría queer hace del género un «juego», algo que «se escoge»; poco más o menos esto es lo que dice Lidia Falcón, que se llega a tomar la libertad de equiparar a las personas trans con pedófilos.

En este sentido, la idea de la «performatividad» no consiste en hacer del género un simple juego sin consecuencias, sino precisamente en entender el hecho de que volcamos sobre la sexualidad toda una serie de suposiciones culturales. «Performatividad» significa que el género necesita de mecanismos de reproducción social para funcionar, y no que la masculinidad y la feminidad (ni mucho menos los hombres y las mujeres) seamos «una ficción».

Por último, cuando se dice que «el sexo está construido», Butler no está diciendo que los cuerpos no existen por sí mismos. Tampoco quiere decir que «el género se elija según se decida esa mañana», como más o menos ha dicho Lidia Falcón. Y por supuesto, que la sexualidad está en cierto sentido construida es algo que tanto De Beauvoir como Gayle Rubin o Wittig, por poner sólo tres ejemplos, ya han dejado en sus retóricas argumentativas. La idea nueva aquí es que el sexo y el género no son dos cosas separadas, sino que son dos caras de la misma moneda, y que la una siempre acaba por hacer referencia a la otra. Así, Butler dice en Variaciones sobre sexo y género (1987) que el género «no es una tarea prescriptiva que tengamos que empeñarnos en realizar, sino una tarea en la que estamos empeñados todo el tiempo».

«Si una ‘es’ mujer, es evidente que eso no es todo lo que una es, porque el género no siempre se constituye de forma coherente o consistente en contextos históricos distintos, y porque se entrecruza con modalidades raciales, de clase, étnicas, sexuales y regionales de identidades. Es imposible separar el género de las intersecciones políticas y culturales en las que se produce y se mantiene.»

Judith Butler,»Variaciones sobre Sexo y Género» (1987)

Conclusión

Podemos decir que esta corriente es enemiga de la lucha de la mujer trabajadora, son quintacolumnistas que hay que combatir: Su teoría reaccionaria afecta a todas las mujeres, y no sólo a las trans. La violencia empieza con éstas al ser un colectivo vulnerable y sigue con las cis que las apoyan, llegando a incluir a burguesas, fascistas y explotadoras antes que a las mujeres trans en un movimiento que ha sido y es suyo. Es necesario expulsar aquellas voces que pretenden dividir a las mujeres obreras con discursos reaccionarios, llevándolas a enfrentamiento interno y al surgimiento de grietas y fracciones que minen el potencial de esta lucha para la emancipación de las mujeres, hasta despojarla del carácter de clase del que debería presumir esta cuarta Ola, hasta arrojarla a la marginalidad.

No se puede dar cabida a un discurso de odio que ignore las realidades materiales que nuestras más aclamadas predecesoras ya señalaron, mientras se las tergiversa y se pinta sus estudios con una perspectiva reaccionaria que se aleja del propósito de sus textos. Todo ello bajo la premisa de que las mujeres trans no son mujeres para seguir reproduciendo un discurso anticuado, sacado de libros de biología en su mayoría misóginos que nunca emanciparán ni lo están haciendo, a las mujeres obreras.
El feminismo no es una lucha de medios, es una lucha de iguales, el sujeto político de este movimiento fue, es y será la mujer obrera en todas sus formas y diversidades.

Bibliografía:

Afroféminas: ¿No soy yo una mujer? Racismo en el movimiento feminista (III)

Alejandra Kollontai: El Día de la Mujer

Beatriz Gimeno: La marginación de los grupos gays y en el movimiento feminista

Capitolina Díaz Martínez, Sandra Dema Moreno: Sociología y Género

El 50% de los juicios por violencia machista acaba en absolución.

Judith Butler: «Variaciones sobre sexo y género», en Teoría crítica y teoría feminista (ed. Benhabib), Alfons el Magnànim, Valencia (1990).

Judith Butler: El género en disputa

Kate Millet: Política Sexual

Mar Cambrollé: El patriarcado TERF

Los ‘puntos violetas’ contra agresiones machistas en las fiestas populares se extienden este verano por toda España

Rosa María García: ¿Tiene el sexo una historia?

Rosa María García: Judith Butler. Sexo, género y deseo

Rosa Luxemburgo: El voto femenino y la lucha de clases

Simone de Beauvoir: El segundo Sexo

Sulamith Firestone: La dialéctica del sexo

Teresa Aguilar García, « El sistema sexo-género en los movimientos feministas », Amnis [Online], 8 

Victoria A. Ferrer Pérez: Feminsmo y Psicología Social

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