La especie no se extingue, es el capitalismo.

Cada poco tiempo vemos en los medios de comunicación varios artículos en los que se recurre una y otra vez a que en España se tienen pocos hijos y se intentan adivinar las causa de este hecho. Sin embargo, la realidad es que, para una mujer, tener hijos es un riesgo a su independencia y a su trabajo, entre otras. Cuánto cuesta, quién sale del trabajo para recoger al hijo enfermo, cuánto tiempo dedicamos a sus necesidades, son algunas de las preguntas más recurrentes.

La realidad es que, para una mujer, tener hijos es un riesgo a su independencia y a su trabajo.

El tiempo no existe para una madre.

Las mujeres de media dedican 26 horas a la semana a atender la casa y a hijos o familiares dependientes. Esto quiere decir que tenemos 10 horas menos de tiempo «libre» que los hombres. Además en los 3 primeros años de vida son ellas en un 87,7% las que se ocupan de los cuidados básicos.

Pongamos un caso hipotético donde ambos trabajan 8 horas y dedican otras 8 para dormir; nos quedan al día el mismo número para hacer todo lo demás. Contamos con que en una semana las mujeres utilizan de media unas 26 horas para el cuidado y atención de la casa, que entre la semana se nos quedarían en unas 4 al día, si además contamos unas 2 horas a la comida y transporte de casa al trabajo (aunque esto dependerá mucho de la ciudad donde se vive), a las mujeres les quedan al día 2 horas entre semana para vestirse por ejemplo, hacer la compra, o dedicar a sí mismas o a tener tiempo en pareja o con los mismos hijos. Mientras en los fines de semana les quedarían unas 10 horas libres máximas. En el caso de los hombres les quedarían entre semana 4 horas y unas 14 durante el fin de semana para lo mismo.

Se ve la desigual balanza que pugna sobre las mujeres. Más del 60% de las mujeres son las únicas en el hogar que atiende las tareas, por lo que estas cifras podrían incluso ser más desequilibradas. Si parte de ese tiempo, que ya es muy escaso, se tiene que dedicar a alguna de otras de las ocupaciones del hogar pero que no están directamente relacionadas con las anteriores, nuestra cifra se sigue reduciendo. No puedes hacer vida con ese tiempo, pero tampoco puedes dejar de trabajar porque el trabajo de cuidados sigue sin estar pagado. Y para vivir, en este sistema capitalista, seguimos necesitando dinero que nos dé de comer a nosotras y a nuestras familias.

Los hijos no tienen precio

Imagen de un conjunto de monedas de diferente valor.

Un hijo puede llegar a costar hasta los 18 años un desembolso de más de 100.000 euros. Una cifra que puede parecer difícil de alcanzar cuando entran en casa dos sueldos, pero aún más imposible si hablamos de las familia monomarentales.

Podemos hacer una media de unos 5.500€ por año, aunque hay cosas que se pueden reutilizar del primer hijo para los siguientes. El salario más habitual es de 17.482€ en el año 2017, lo cual implicaría un desembolso de más del 31% de un sueldo al año para los gastos de los hijos en una familia monomarental o un 15% en caso de dos sueldos medios al año. Por supuesto, a esto debemos sumar todos los gastos comunes de un hogar. Se estima que es el 80,78% del salario medio mensual neto el que se dedica durante los tres primeros años, ¿cómo podemos conciliar esto con reducciones de jornadas para poder atender a los hijos de primera mano sin recurrir a un cuidador (la mayoría de veces otra mujer) o centro?

Pero debemos tener en cuenta que el 81% de las familias monoparentales tienen a la cabeza a una mujer y por tanto es en ellas en las que recae la mayoría de las cargas tanto de tiempo, como de dinero. No hablamos solamente del dinero que se tiene que pagar en gastos del colegio o cuidadores, sino en los gastos comunes que recaen sobre ellas. Además de esto, en general, las mujeres ocupan más trabajos relacionados con cuidados que por lo tanto son menos remunerados que en el caso de los trabajos de los hombres. Por lo que la precariedad de estas familias aumenta al mismo tiempo que lo hace la precariedad de las mujeres. La precariedad no sólo afecta en cómo dividimos los gastos y qué decisiones tomamos, si no que también afecta de manera directa a nuestra salud mental.

La carga mental de ser mujer

Imagen con fondo negro en la que podemos ver un rostro de una mujer con las manos en la cara y otras dos manos saliendo de la oscuridad que se agarran al pelo de la mujer a ambos lados.

La carga mental es el esfuerzo mental constante que conlleva estar pendiente de que todo lo relacionado con la casa funcione bien o se haga de forma correcta.

Cualquier mujer podrá decir la cantidad de veces que ha escuchado una frase casi lapidaria «me lo podrías haber dicho». Me podrías haber dicho que tenía que comprar leche, no sabía que el niño tenía que hacer un disfraz, cómo voy a saber que le hacen falta zapatos… Todo esto se resume en que ayudar no llega, hay que encargarse y tomar constancia de lo que supone llevar una casa y más si hay niños en ella. Los hijos no van a decirte que necesitan un pantalón nuevo, ni la nevera que se te ha acabado la leche y que si no compras más no habrá mañana para desayunar. Pudiera parecer que cualquiera se daría cuenta de estas cosas, pero es algo en lo que se debe pensar de forma deliberada y que afecta a la carga mental y la salud mental de quienes se encargan de ellas, las mujeres.

El 84% de las mujeres afirman haber padecido estrés por esta circunstancia, esto se une a todas las preocupaciones que derivan del trabajo u otras cosas que surgen de forma natural en la vida cotidiana.

Se concibe a la mujer como madre que debe poder controlar todo lo relacionado con sus hijos, que debe atenderlos y es ella quien está al tanto de todo. Este esteriotipo se encuentra de frente con el de los hombres, que realizan tareas de cuidados básicas en relación a sus hijos; que son vistos con muy buenos ojos o como que hacen algo bueno, aunque esto no sea ni una décima parte de lo que es su responsabilidad como padres.

Conclusión

¿Queremos ser madres? Algunas sí y otras no. Pero las que quieren serlo o lo han sido se encuentran de frente con un muro que parece ser demasiado alto. No hay ayuda en el entorno, son ellas las que se encargan de todo, sobre ellas recaerá el peso de la crianza y la atención a las necesidades de los hijos. Es añadir una losa sobre lo que ya había antes ahí. Y es aquí donde se unen capitalismo y patriarcado, el capitalismo no puede avanzar y lucrarse de la mano de obra, sin una criada servicial en la vida privada de los obreros masculinos que simplemente se encargue de todo. Aún mejor si además ella también es mano de obra barata, explotada, saturada y desesperada por cuadrar las cuentas de su casa.

La única opción que nos queda es tirar el muro desde los cimientos y no dejar que se reconstruya, la labor puede parecer pesada pero está en manos de las familias y el estado para que las que queremos, o somos madres, no tengamos nada delante que nos detenga. Porque la crianza debe ser con apego, pero para ello necesitamos tener vida más allá de nuestras familias y nuestro trabajo. La crianza tiene que ser cooperativa al 100% por parte de todas las personas que integren nuestras familias, pero en especial de los hombres que llevan años lucrandose a costa de nuestro trabajo de cuidados. Robando nuestra fuerza de trabajo en beneficio del sistema capitalista que nos explota y somete a ambos por igual, con un claro sesgo de género.

No vale de nada tu revolución fuera de casa, si cuando llegas te plancha los calzoncillos alguna compañera agotada y saturada de decirte que hagas lo más mínimo. La revolución comienza en los hogares.

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